[Para celebrar el cumpleaños del Dr. Steenbarger – que es esta semana – una historia sobre aquella vez que prácticamente volvió a nacer. ¡Felicidades, Doc!]
Estaba en Vermont en una reunión familiar y había cogido un par de cosas de comer para la habitación del hotel. Curiosamente, no pude encontrarlas cuando volví al hotel. No fue hasta más tarde que me di cuenta de que me las había dejado en el maletero del Jeep. Rápidamente, bajé a sacarlas. Una de ellas era una ensaladilla y no quería que se pusiese mala.
No lo sabía entonces, pero estaba a 48 de horas de una emergencia médica que podría haber sido mortal.
El viaje de vuelta a casa no fue agradable. Comenzó con un pequeño dolor de estómago por la mañana, después pasó a ser una fiebre y más tarde se convirtió en nauseas. Estuve malo la mayor parte de los dos trayectos del viaje. Para cuando llegué a mi casa en Naperville, no obstante, la fiebre me había bajado y las nauseas habían desaparecido. Todo lo que me quedaba era algo de dolor en el estómago. Me había intoxicado con la comida, razoné, y probablemente la culpable era la ensaladilla.
El lunes por la mañana tenía programado un vuelo a Nueva York para reunirme con traders en un fondo hedge. Todavía tenía dolores, pero ni fiebre ni nauseas. Me debatía entre cancelar el viaje o no, pero decidí no alterar mis planes. Fue una decisión fatídica y que acabó conmigo en un hospital.
Las reuniones del lunes fueron bien y cogí un coche desde la empresa de trading hasta mi hotel en el aeropuerto. Para entonces, el dolor de estómago se había movido a un área más específica: la parte inferior derecha de mi abdomen. Estaba cada vez más preocupado de que esto fuese apendicitis, no una intoxicación. Entré en el hotel, eché un vistazo a mi habitación y me di la vuelta con mis maletas. Pregunté a la recepcionista del hotel dónde estaba el hospital más cercano que fuese bueno. Llamó a un taxi y allá fui.
Nunca había visto vecindarios como por los que pasó el taxi. La mayoría de los letreros en las tiendas estaban en idiomas que no eran inglés. Realmente me sentía como si estuviese en otro país. Un letrero me informó de mi situación: Jackson Heights, Queens. Poco después, el taxi me dejó en urgencias. Había pocos sitios para sentarse en la recepción; había personas con todo tipo de problemas: desde cosas más propias para un médico de cabecera a huesos rotos, afecciones del corazón y heridas de bala. Era el único blanco a la vista.
El dolor creció durante la hora que estuve esperando y avisé a la enfermera de urgencias. Se interesó en mí cuando le dije que daba clases en una facultad de medicina y que trabajaba con personal de urgencias. Me pasó al frente de la cola y me llevaron en silla de ruedas a otra área de espera. Un médico interno me hizo unas cuantas preguntas y yo ya me encontraba en terreno conocido. Le expliqué que trabajaba en la medicina y por qué creía que los síntomas podían ser apendicitis.
Dos horas después, me entrevistó el equipo médico al completo y dos horas después me hicieron un escáner TC. Un interno muy majo de cirugía con mucho tacto me dio la noticia: apendicitis aguda. No iba a coger mi vuelo de vuelta a casa. Una hora después, entré en el quirófano.
Resultó, según me dijeron los cirujanos, que el apéndice no sólo estaba infectado, sino que se había gangrenado. Dos tercios del tejido ya estaban muertos. Sólo quedaba una fina capa del órgano cuando operaron, una situación que podría haber extendido las bacterias por mis órganos internos y llevarme a una peritonitis.
La recuperación fue lenta. Una vez más, resulté ser la única persona del ala del hospital que hablaba inglés como lengua materna. Los empleados no me preguntaban qué seguro tenía; me preguntaban si tenía seguro. Había policías por los pasillos; muchos pacientes voceaban y molestaban. Prácticamente todas las camas estaban llenas; mi habitación era una de las pocas con sitios libres. El personal de enfermería no paraba; estaba claro que, en este hospital de barrio que daba servicio a todo el mundo, sencillamente no había suficiente personal.
Aun así, el personal era de gran ayuda. Había una serie de errores en el sistema: me trajeron comidas que no eran apropiadas para el post-operatorio y no se me dieron los antibióticos intravenosos que el cirujano había recomendado. Cuando llamé la atención del personal sobre estos temas, los solucionaron al cabo de un rato. Cuando llegó mi compañero de habitación – un agradable hombre que se describía a sí mismo como alguien con importantes problemas psiquiátricos – unos descuidos parecidos hicieron que se pusiese muy nervioso. Les dije a las enfermeras que yo era psicólogo y les expliqué como podían calmar la situación. Lo hicieron y terminé teniendo un compañero de habitación excelente y agradecido.
Cuando me pude levantar, deambulé por los pasillos y conocí a muchos pacientes y personal: una amable mujer de Colombia a la que también le habían quitado el apéndice; un guarda de seguridad irlandés que me habló de su propia hospitalización reciente y que me contó su frustración con lo desbordado que estaba el sistema sanitario; un estudiante de medicina de tercer año que desvivió por ver qué tal estaba yo; una enfermera del turno de noche de Polonia que tenía una forma amable de despertar a los pacientes en mitad de la noche cuando tenía que tratarles; una enfermera de la India claramente quemada que le negaba pequeñas cosas un paciente que daba problemas. Al cabo de un tiempo, dejé de percibir las nacionalidades de la gente. Estábamos todos en esto juntos.
El miércoles estaba listo para marcharme y volé a casa el jueves. La cantidad de apoyo de los lectores del blog, amigos y familiares fue increíble. Varias veces me encontré al borde de las lágrimas. No había comido mucho en varios días y no había salido a la calle desde el lunes por la noche al miércoles por la tarde. La comida sabía inusualmente buena; el cielo parecía particularmente azul. Estaba agradecido por estar vivo y disfrutar de estos simples placeres.
Tal vez la experiencia más extraña de todas, no obstante, se produjo tras mi alta del hospital. Necesitaba un medicamento con receta y la farmacia local no aceptaba mi seguro médico. La farmacia que sí lo aceptaba más cercana estaba a 14 manzanas. Sin dudarlo, me puse a andar poco a poco las 14 manzanas por un vecindario que tan sólo unos días antes me habría parecido increíblemente amenazador. De nuevo, era el único blanco a la vista. Pero no tuve ningún problema con el paseo o comunicándome con la servicial farmacéutica que me resolvió todo para que pudiese tomarme mis pastillas. Para entonces, ya era parte del vecindario.
¿Y cuáles son las lecciones sobre la vida (y el trading) que podemos sacar de todo esto? En mi opinión, las siguientes:
- Un poco de conocimiento puede ser peligroso. Minimicé mis problemas inicialmente, convencido de que tenía una intoxicación alimentaria. Sólo cuando revisé mi opinión pude recibir la ayuda que necesitaba. Si está perdiendo dinero en los mercados, tal vez sea tan sólo una racha de mala suerte y un fenómeno temporal. Pero si continúa, asegúrese de considerar otras explicaciones – incluyendo la posibilidad de que sus ideas o métodos de trading tengan un fallo grave. Por encima de todo, esté abierto a los indicios de que tiene un problema. Me fui de mi habitación del hotel cuando estuvo claro que mi dolor estaba en un punto concreto. Cuando las pérdidas exceden los drawdowns normales, pase a un modo defensivo. Son los eventos con pocas probabilidades, pero con un riesgo muy alto – esas colas largas del riesgo – los que pueden pillarle cuando su razonamiento está siguiendo una curva de distribución normal.
- Reclame lo que le corresponda. Estoy seguro de que algunas personas en el hospital recibieron una atención excelente; también estoy seguro de que otras no. En una situación en la que unos recursos limitados tienen que dedicarse a los problemas más acuciantes, muchas cuestiones rutinarias – pero importantes – se dejaban a un lado. Los pacientes que recibieron la mejor atención fueron también los que mejor reclamaban. Si es un inversor o un trader, nunca asuma que otros le proporcionarán las herramientas y técnicas que necesita para el éxito. Sólo sacará de los foros, los blogs, los entrenadores y los seminarios lo que persiga y busque activamente.
- Su red de contactos es su mejor herramienta de supervivencia. En un mundo de información y recursos limitados, le irá mejor relacionándose con todo aquel que usted pueda ayudar y que le pueda ayudar. Continuamente vi pacientes y personal del hospital que se ayudaban entre ellos: compartir información y ayudarse era lo mejor para todo el mundo. Una vez que entendí eso, las diferencias de cultura y clase socioeconómica quedaron atrás. Para los traders, eso quiere decir que el conocimiento es un proceso social; la experiencia se reparte. Yo “doy” información a través de mi blog, pero recibo mucho más de lectores con ideas parecidas.
Estaba en un fondo hedge que gestiona miles de millones trabajando con traders; horas después, estaba en la sala de espera de urgencias de un hospital de barrio. En vez de pasear por la Avda. Greenwich, me pateé 14 manzanas en la Ave. Roosevelt. La vida es frágil; da muchas vueltas y a veces éstas ofrecen las mejores lecciones en la vida. Si se encuentra en una situación incómoda, considere la posibilidad de que está destinado a estar en la misma, que sólo puede crecer uno cuando se sale de su zona de comodidad.
Mis más sinceras gracias a los estupendos profesionales del hospital Elmhurst. Muchas, muchas personas en los colegios, las clínicas, los aeropuertos y los cuerpos de bomberos y policía de este país están dando lo mejor de sí mismos con unos recursos insuficientes. La suya es una historia heroica que merece que se cuente.
Y de nuevo gracias a todos por su apoyo.
Brett
Traducido del original: Three Life and Trading Lessons From a Personal Crisis
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