viernes, 3 de julio de 2009

Un viaje entre culturas – Dedicado a la madre del cosaco ucraniano ;)



Le diagnosticaron daños cerebrales. Eso explicaba por qué le tenían en un ala distinta del hospital del orfanato de Moscú.

El vídeo grabado por mi hijo mayor, no obstante, contaba una historia distinta. El chiquitín de 13 meses que sólo pesaba 7 kilos – a comienzos de los 90, la comida y las medicinas escaseaban en Rusia – parecía alerta y atento. Interactuaba con sus cuidadores y jugaba con los pocos juguetes en su área. Su movimiento, su emoción – todo parecía normal.

Y así fue que hicimos un viaje de tres semanas a Moscú y sorteamos nuestro camino por el sistema de servicios sociales para finalizar nuestra adopción del pequeño Pavel, pronto conocido como Macrae. No sólo fue un viaje a través de un océano, sino a través de las culturas. En Moscú, éramos los extranjeros en una tierra extraña, pero nosotros y nuestros anfitriones también estábamos unidos por un deseo en común: asegurar un hogar lleno de amor para ese niño entusiasta que aparecía en el vídeo.

Poco sabíamos nosotros que la parte más importante del viaje ocurriría durante el viaje de regreso a casa.

Y vaya viajecito que fue: trece horas con un niño que no paraba de gatear en nuestro regazo. Tras haber visto únicamente su hospital durante su breve vida, Macrae estaba demasiado excitado por estar en el mundo real como para quedarse dormido.

Le sostuve cerca de mí y me miró.

Nuestros ojos se encontraron.

Inclinó su cabeza ligeramente hacia atrás.

¡Bum! De repente, golpeó su frente contra la mía.

Me sobresalté un poco, pero le acaricié la cabeza y seguí sosteniéndole.

¡Bum! Esta vez su cabeza golpeó la mía con más fuerza. ¡Ay!

Le volví a poner en mi regazo y la secuencia comenzó de nuevo.

Nuestros ojos se encontraron.

Echó la cabeza atrás.

¡CLONK! Esta vez sí que me dio fuerte en la cabeza.

¿Qué estaba ocurriendo? Una vocecilla dentro de mí empezó a darle vueltas a una idea horrible: Puede que realmente tenga daños cerebrales.

Resultó ser un viaje interesante: sostener a Macrae cerca, alejarle para evitar que me diese un cabezazo y vuelta a empezar de nuevo.

Cuando volvimos, llamé al trabajador social en Moscú. Lo más de pasada que pude le mencioné lo de los cabezazos. Se rió y me lo explicó: en el orfanato los cuidadores tenían un juego con los niños. El juego se llamaba “carnero”. Contaban hasta tres y se tocaban con las cabezas, como los carneros.

¡Sólo que yo no estaba participando en el juego! Yo no estaba contando y no estaba tocando la cabeza de Macrae con la mía. Así que, con cada vez mayor insistencia, el pequeño Macrae intentaba hacerme jugar. Literalmente, estaba intentando meterme algo de sentido en la cabeza.

Fue el mejor viaje de todos: el viaje de la comprensión. Nuestro nuevo hijo no tenía un problema. El estaba intentando formar un vínculo con nosotros de la única forma que sabía. ¡Yo era el que tenía “daños cerebrales”, siendo incapaz de entender su comunicación!

¿Cuántos malentendidos en la vida – entre las personas y entre las culturas – podrían resolverse si tan sólo emprendiésemos ese viaje para entender lo que se comunica y no sólo lo que se oye?

Traducido del original: A Cross-Cultural Journey

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